Co-curaduría de la exhibición El Bacanal, por invitación de la curadora en jefe Glorisabel Santos y redacción del ensayo curatorial. Exhibición colectiva de los artistas Jean Carlos “Baco” Ortiz, Sara Urbaín y Omar Banuchi en el Museo de la Historia de Ponce.
3 de septiembre al 16 de octubre 2020.
Co-curator of the exhibition El Bacanal [The Bacchanal], at the invitation of chief curator Glorisabel Santos and wrote the curatorial essay. Group exhibition by artists Jean Carlos “Baco” Ortiz, Sara Urbaín and Omar Banuchi at the Museo de la Historia de Ponce.
September 3 to October 16, 2020
Ensayo Curatorial
Bacanal
El cuerpo es uno de los primeros temas explorados en la historia del arte, tanto a nivel individual, estampando la mano en la caverna, como a nivel colectivo, al pintarse escenas de caza; pronto aparece la idealización de la figura en forma de esculturales de personas bien alimentadas. Así que, desde los albores de las artes visuales, la pintura se topa con lo que Michael Foucault denomina biopolítica: el control de los grupos que gozan del poder sobre el cuerpo de los demás. Cada grupo social tiene su propio código de conductas con respecto al cuerpo, restringiendo en mayor o menor medida la desnudez y la sexualidad. En el mundo greco-romano, por ejemplo, la desnudez era tan común como el deporte; tanto así que en las Olimpiadas los atletas competían desnudos. Sin embargo, ese evento estaba limitado a la participación de los hombres, un marcado ejemplo de los controles desiguales que existían sobre la mujer. Esta misma cultura desarrolló el culto al dios del vino llamado Dionisio por los griegos y Baco por los Romanos –del cual tomamos el título de esta exhibición–. Culto que, en un período de la historia, conllevaba actividades sexuales grupales que, hacia el siglo III d.C., serían prohibidas por el Estado por motivos políticos. Unos dos siglos más tarde el cristianismo se convertiría en la religión oficial de Roma, lo cual transformaría drásticamente la mentalidad de los territorios que hoy conforman la Unión Europea. Grupos sociales que antes decoraban espacios públicos con esculturas al desnudo pasarían paulatinamente a considerar la sexualidad como un tema prohibido y el arte se centró en temas teológicos, limitando la desnudez a escenas bíblicas como la expulsión del paraíso de Adán y Eva.
Precisamente por traer consigo ese estricto reglamento sobre el cuerpo que establece el cristianismo, Cristobal Colón se sorprendió en su primer viaje a América al ver que los habitantes que se encontró “…andan todos desnudos como su madre los parió, y tanbién [sic] las mujeres…” (Diario de Colón, Jueves, 11 de octubre de 1492). Esta mentalidad está tan enraizada en nuestra cultura que aún hoy la desnudez pública está prohibida por ley en Puerto Rico y continúa discriminando entre las partes del cuerpo que pueden enseñar hombres y mujeres y cómo pueden enseñarlas. Contrario a los hombres, una mujer sin camisa es arrestada, pero no si revela un seno para lactar a su hijo –aunque alguna gente sigue sin tolerar este acto natural–. Sin embargo, la desnudez sí es permitida en las paredes de este museo a pesar de ser público. Esto debido a que el Artículo 143 de la Sección Cuarta de nuestro Código Penal no reconoce como “obscena” la desnudez cuando esta tiene “…un serio valor literario, artístico, religioso, científico o educativo” (énfasis nuestro). De modo que, en nuestra sociedad, el arte es un espacio para la liberalización del cuerpo, uno que trasciende los límites morales, religiosos y legales.
En este contexto geográfico e histórico Jean Carlos Ortiz, Sarah Urbain y Omar Banuchi nos confrontan con una muestra estimulante incluso para quienes están habituados al desnudo clásico en las artes visuales. Esto se debe, en buena medida, a que no se tratan de cuerpos idealizados ni construidos a base de proporciones matemáticamente calculadas. Los cuerpos que nos presentan no son de modelos que siguen los estereotipos de belleza europeos, son personas con marcas de sol, tatuajes, pelos en la piel; personas a las que podríamos encontrarnos cualquier día en la calle. Por otra parte, lejos del conceptualismo que justifican los títulos de obras como El origen del mundo (1866) de Gustav Courbet, la desnudez y el erotismo son los protagonistas de este cuerpo de trabajos que exhibimos. Irónicamente, el elemento más provocador de la muestra tiende a ser el espacio y su relación con la desnudez. La mayoría de las escenas en la muestra se desarrollan en entornos diurnos, algunas en espacios abiertos o en lugares que tienen algún acceso al exterior, ya sea una ventana o una referencia a espacios semi-públicos de la casa –como la sala, la cocina o el balcón–. No hay Venus, Olimpias ni Majas reclinadas en divanes a media luz. Más importante aún: no encontramos el típico desbalance de poder entre artista y modelo o entre personajes como es el caso del Almuerzo sobre la hierba (1863) de Édouard Manet. No hay pasividad alguna entre las personas retratadas, sus acciones son completamente intencionales.
En su exploración del “cuerpo real” –aquel que no suele aparecer en comerciales y que no ha sido retocado con Photoshop– Jean Carlos “Baco” Ortiz nos presenta una serie de piezas basadas en fotografías suministradas por personas que él conoce personalmente. Al autorretratarse para luego ser pintadas, las personas que modelan para las obras de Baco eligieron sus poses, ambientes, cuan vestidas deseaban aparecer en la pintura y, por encima de todo, decidieron formar parte del proyecto. Por esta razón, se tornan en retratos psicológicos, pues el pintor consigue incluir indicios del carácter de cada cual: dominancia, orgullo, osadía o timidez; con independencia de todo: siempre dueñas y dueños de sus actos y sus cuerpos. Para terminar de salvar la brecha entre modelo y artista, el pintor se autorretrata también desnudo y se incluye en el conjunto. Como resultado colateral, Baco ilustra un abanico relativamente amplio de cuerpos caribeños que –si bien no comprenden la inmensidad de posibilidades que existen en nuestro archipiélago– amplía la concepción de belleza que aparecen en los certámenes televisados. Baco no pinta personajes, alegorías o diosas, pinta personas que disfrutan de sus cuerpos. Por supuesto, con el apodo que acoge junto al proceso de su práctica y al tema de la muestra, Baco se presenta como un pseudo-sacerdote: un facilitador para que otras personas puedan desinhibirse.
El fluir del agua es un arquetipo sexual por el intercambio de fluidos que este acto conlleva, de modo que Sara Urbain ata en varios niveles el medio de la acuarela, empleado en esta serie, al tema que desarrolla. Históricamente la acuarela ha sido un medio relegado a la pintura peyorativamente llamada “decorativa”, con temas como el paisaje, los bodegones florales y otras escenas que nunca han estado en el tope de la jerarquía temática del arte. Aún hoy, cuando esas jerarquías nos parecen reliquias inútiles, rara vez nos encontramos un museo repleto de acuarelas como es común encontrarlos llenos de óleos. Así que Urbain hace una doble reivindicación en esta muestra al parear un medio casi ignorado con un tema que sigue siendo anatema para algunos sectores de nuestra sociedad: la intimidad de la mujer. A pesar de que incorpora algún hombre en su exploración pictórica de cuerpos variados, la artista retrata una cotidianidad que incluye, cómo no, la sexualidad femenina como un elemento común dentro la vida de una persona –particularmente la exploración personal–. Además de los evidentes actos sexuales y los “selfies” de modelos con clara intención de mostrar el cuerpo, las escenas de Urbain se desarrollan en atmósferas sensuales y seductoras en si mismas. El cuerpo, pues, no es lo único importante al tratar la intimidad individual; los espacios, la luz, las texturas y otros elementos presentes en la vida diaria son áreas comunes entre la práctica artística de Urbaín y el tema que desarrolló para esta exhibición.
En una dicotomía propia del contexto tecnológico en el que vivimos, Omar Banuchi nos presenta una serie de piezas que por un lado son las más literales con respecto al título de la muestra y al mismo tiempo son las que más se alejan de los conceptos greco-romanos. En sus imágenes reconocemos las referencias directas que hace a temas y posturas clásicas que luego recontextualiza digitalmente al simplificarlas, localizarlas en diferentes espacios de Puerto Rico y agruparlas con otros personajes que responden a nuestro tiempo. Sus composiciones asincrónicas se tratan de dibujos digitales que literalmente traen a nuestro espacio las prácticas asociadas al culto a Baco –la danza, la música, el misticismo, la desnudez, el sexo– aunque para nada tienen que ver con los propósitos originales de esta celebración. Desvistiendo los preceptos artísticos y religiosos tanto de la cultura greco-romana como los de la nuestra, Banuchi caricaturiza el término Bacanal como invitación a no tomarlo tan en serio. Se acerca a lo clásico en el tema mientras se aleja deliberadamente del realismo y la mesura que alababan los historiadores del arte como Johann Winckelmann. Mediante esta postura relajada el desnudo en sus piezas, irónicamente, es el que menos nos incomoda a pesar de encontrarse literalmente en la calle. Y es que el tabú queda cubierto por el medio artístico y el estilo; los personajes de sus piezas están tan desnudos como las personas en cualquier foto de Spencer Tunick, pero se tratan de dibujos coloridos –no personas “reales”–, así que miramos a otro lado buscando cual es el propósito de todos estos elementos dispares. En Puerto Rico –como resultado de nuestra inclusión en el capitalismo neoliberal estadounidense– se ha normalizado la utilización del cuerpo para motivos económicos. Desde la famosa frase de Iris Chacón “De coolant yo sí sé” en el comercial de Amalie, pasando por las modelos en El poder de la semana, hasta programas de televisión como Dating Naked y Naked and Afraid, hace décadas nos parece común el encontrarnos con desnudos en nuestro devenir cotidiano sin que muchos se escandalicen o hagan algo para evitarlo. Siempre que el desnudo no tenga un propósito político, la mayoría opta por ignorarlo como un anuncio más. Irónicamente, esta actitud cambia radicalmente ante el desnudo político.
En la obra de Banuchi se condensa el por qué nuestra sociedad tolera la desnudez en algunas expresiones del arte aún en espacios públicos: porque se nos ha enseñado que el se encuentra distante de la realidad. Estas no son personas desnudas, son dibujos de personas desnudas; de esta forma la representación se comprende sin problemas. Además, estas no contienen un planteamiento directo sobre sexo, sino que esta sirve a otro propósito, lo que en la ley que citamos anteriormente llaman un propósito “serio” (lo que sea que eso significa). Esta distancia continúa perpetuando la ignorancia sobre el cuerpo y la sexualidad en nuestra sociedad; lo cual, por ejemplo, continúa condenando a la mujer por disfrutar de su propio cuerpo. Sarah Urbain responde a esta realidad a través de sus obras con mucha naturalidad pues, después de todo, el sexo es uno de los actos más comunes de la vida y uno de los impulsos más intrínsecamente ligados a nuestra humanidad. Por lo mismo Jean Carlos “Baco” Ortiz hace lo propio, desde su posición privilegiada, al buscar estrategias para alejar el arte de las relaciones de poder entre artista y modelo con independencia de sus géneros. De modo que, lejos del degenere de sexo y alcohol con el que se asocia el término bacanal (por obvias razones), esta muestra colectiva aprovecha la apertura hacia la desnudez que existe en los espacios “serios” del arte para hacer de los artistas agentes activos de la biopolítica puertorriqueña. Mediante reflexiones que giran en torno a los espacios públicos y privados, las relaciones de poder entre uno y otro cuerpo y la educación sexual, el fin de esta bacanal contemporánea es el de acortar la distancia creada por los medios masivos entre el espectador y su propio cuerpo.
Carlos Ortiz Burgos
30 de agosto de 2021
Más información y catálogo de obras: El Bacanal